EL C脫NDOR Y EL ZORRO
Discut铆an acaloradamente un zorro y un c贸ndor sobre sus fuerzas y aptitudes respectivas para desafiar la inclemencia de las punas.
—¿Hablas de resistencia —dec铆ale el c贸ndor al zorro— cuando te veo acurrucado y hecho un ovillo los d铆as lluviosos, encerrado en la cueva, t煤 y tu prole, royendo huesos y pereciendo de hambre?
—¿Y vos, cofrade, a quien ni se ve, sumido en su escondrijo empollando como una gallina clueca, cree ser m谩s capaz que yo?
—Para m铆 —replic贸 el c贸ndor— con tender un ala y cubrime con la otra me basta, en tanto que t煤. . .
—¿Yo?. . . en mi cola llevo abrigo y protecci贸n.
No pudiendo convencerse con razonamientos, como sucede casi siempre que se disputa, acordaron apelar a los hechos.
—Pues bien —arguy贸 el zorro— vamos a quedarnos toda una noche al raso, soportando la intemperie, con una condici贸n: el que se retira pierde la apuesta y ser谩 pasto del que permanezca en pie.
— ¡Aceptado! pero tempestuosa ha de ser —agreg贸 el c贸ndor.
—Choca, exclam贸 el otro. Y fijaron plazo.
Llegada la estaci贸n de las tormentas, cierto d铆a en que nubes grises se amontonaban como torbellinos de humo, fuese volando el c贸ndor en busca del zorro. Comenz贸, luego, una furiosa tempestad: los rel谩mpagos difund铆an destellos iluminando el firmamento, y los rayos, uno tras otro describieron tortuosos zig-zag, rasgaban las nubes y estallaban con fragor sobre las cumbres, cuando el c贸ndor, al resplandor de un rel谩mpago, descubre a su contrincante, erizados los pelos y desprendiendo chispas, aprest谩ndose a huir, pero deti茅nese a la llamada y, quieras que no quieras, hubo de aparejarse para dar cumplimiento a lo pactado.
Llov铆a a c谩ntaros, rotas las nubes se precipitaban como cataratas desprendidas de lo alto y torrentes de agua inundaban el campo, cuando ellos fieles al convenio dispon铆anse a pasar la noche de claro en claro, anhelosos de que asomase la aurora.
De pie el c贸ndor sobre un mont铆culo, sin muchos pre谩mbulos, extiende 茅l desnudo cuello y levantando el ala, introduce su encorvado pico dentro de 茅l. A su vez, el zorro, aparragado en el humedecido suelo, oculto el hocico entre las patas, arrebuj谩base como pod铆a, guareci茅ndose bajo su copioso rabo.
Mientras el impasible buitre desafiaba la lluvia que chorreaba y resbalaba por su reluciente y apretada plumaz贸n, al desventurado zorro empap谩bale el ya estropeado pelaje, infiltr谩ndose sin reparo aun por sus punteagudas y r铆gidas orejas. Remojado su encallecido pellejo, que ha tiempo el fr铆o le ten铆a como carne de gallina, sin rehuir, herido en su amor propio, manten铆ase firme en la lid. Prorrump铆a de vez en cuando en lastimeros aullidos: Alala煤 (¡Ay que fr铆o!) y con voz m谩s desfalleciente gem铆a: Alala煤 (¡me muero de fr铆o!)
. . . ¡ A. . . la. . la煤.. .煤煤煤. . .!
Huarara煤, respond铆a jactancioso el c贸ndor y pasada la noche, el alado rey, y茅rguese, arruga el penacho de su coronado pico y purp煤reo cuello, sacude su alba cola y renegrido manto, y con paso imponente dir铆gese adonde hab铆a dejado a su rival, el que, aterido y yerto, yac铆a sin vida.
¡Triste fin de los presuntuosos obstinados!