Cuento andino: EL CÓNDOR Y EL ZORRO 🦊🦅

EL CÓNDOR Y EL ZORRO


Discutían acaloradamente un zorro y un cóndor sobre sus fuerzas y aptitudes respectivas para desafiar la inclemencia de las punas.

—¿Hablas de resistencia —decíale el cóndor al zorro— cuando te veo acurrucado y hecho un ovillo los días lluviosos, encerrado en la cueva, tú y tu prole, royendo huesos y pereciendo de hambre?

—¿Y vos, cofrade, a quien ni se ve, sumido en su escondrijo empollando como una gallina clueca, cree ser más capaz que yo?

—Para mí —replicó el cóndor— con tender un ala y cubrime con la otra me basta, en tanto que tú. . .

—¿Yo?. . . en mi cola llevo abrigo y protección.

No pudiendo convencerse con razonamientos, como sucede casi siempre que se disputa, acordaron apelar a los hechos.

—Pues bien —arguyó el zorro— vamos a quedarnos toda una noche al raso, soportando la intemperie, con una condición: el que se retira pierde la apuesta y será pasto del que permanezca en pie.

— ¡Aceptado! pero tempestuosa ha de ser —agregó el cóndor.

—Choca, exclamó el otro. Y fijaron plazo.

Llegada la estación de las tormentas, cierto día en que nubes grises se amontonaban como torbellinos de humo, fuese volando el cóndor en busca del zorro. Comenzó, luego, una furiosa tempestad: los relámpagos difundían destellos iluminando el firmamento, y los rayos, uno tras otro describieron tortuosos zig-zag, rasgaban las nubes y estallaban con fragor sobre las cumbres, cuando el cóndor, al resplandor de un relámpago, descubre a su contrincante, erizados los pelos y desprendiendo chispas, aprestándose a huir, pero detiénese a la llamada y, quieras que no quieras, hubo de aparejarse para dar cumplimiento a lo pactado.

Llovía a cántaros, rotas las nubes se precipitaban como cataratas desprendidas de lo alto y torrentes de agua inundaban el campo, cuando ellos fieles al convenio disponíanse a pasar la noche de claro en claro, anhelosos de que asomase la aurora.


De pie el cóndor sobre un montículo, sin muchos preámbulos, extiende él desnudo cuello y levantando el ala, introduce su encorvado pico dentro de él. A su vez, el zorro, aparragado en el humedecido suelo, oculto el hocico entre las patas, arrebujábase como podía, guareciéndose bajo su copioso rabo.

Mientras el impasible buitre desafiaba la lluvia que chorreaba y resbalaba por su reluciente y apretada plumazón, al desventurado zorro empapábale el ya estropeado pelaje, infiltrándose sin reparo aun por sus punteagudas y rígidas orejas. Remojado su encallecido pellejo, que ha tiempo el frío le tenía como carne de gallina, sin rehuir, herido en su amor propio, manteníase firme en la lid. Prorrumpía de vez en cuando en lastimeros aullidos: Alalaú (¡Ay que frío!) y con voz más desfalleciente gemía: Alalaú (¡me muero de frío!)

. . . ¡ A. . . la. . laú.. .úúú. . .!

Huararaú, respondía jactancioso el cóndor y pasada la noche, el alado rey, yérguese, arruga el penacho de su coronado pico y purpúreo cuello, sacude su alba cola y renegrido manto, y con paso imponente dirígese adonde había dejado a su rival, el que, aterido y yerto, yacía sin vida.

¡Triste fin de los presuntuosos obstinados!

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