Cuento: Carta a un zapatero 👞 - Comprension lectora 6to grado

Carta a un zapatero 

Estimado señor: 

Como he pagado a usted tranquilamente  el dinero que me cobró por reparar mis zapatos, le va a extrañar sin duda la carta que  me veo precisado a dirigirle. 

En un principio no me di cuenta del desastre ocurrido. Recibí mis zapatos muy contento, augurándoles una larga vida, satisfecho  por la economía que acababa de realizar.  

Pero mi entusiasmo se acabó muy pronto.  Llegado a casa examiné detenidamente mis  zapatos. Los encontré un poco deformes, un  tanto duros y resecos. No quise conceder  mayor importancia a esta metamorfosis. Soy  razonable. Unos zapatos reparados tienen  algo extraño, ofrecen una nueva fisonomía,  casi siempre deprimente. 

Aquí es preciso recordar que mis zapatos  no se hallaban completamente arruinados.  Usted mismo les dedicó frases elogiosas por la calidad de sus materiales y por su perfecta  hechura. Hasta puso muy alto su marca de  fábrica. Me prometió, en suma un calzado  flamante. 

Pues bien: no pude esperar hasta el día  siguiente y me descalcé para comprobar  sus promesas. Y aquí estoy, con los pies  doloridos. Mis pies no pudieron entrar en  los zapatos. Me encontré ante unos zapatos  de hierro. No sé cómo ni con qué artes se  las arregló usted para dejar mis zapatos in servibles. Me puse a considerar cuidadosa mente el trabajo que usted había realizado.  Debo advertir a usted que carezco de toda  instrucción en materia de calzado. Lo único  que sé es que hay zapatos que me han hecho  sufrir, y otros, en cambio, que recuerdo con ternura: así de suaves y flexibles eran. Los que le di a componer eran unos za patos admirables que me habían servido fielmente durante muchos meses. Mis pies  se hallaban en ellos como pez en el agua.  Más que zapatos, parecían ser parte de mi  propio cuerpo, una especie de envoltura  protectora que daba a mis pasos firmeza y  seguridad. Su piel era en realidad una piel  mía, saludable y resistente. Sólo que daban  ya muestra de fatiga. Las suelas sobre todo:  unos amplios y profundos adelgazamientos  me hicieron ver que los zapatos se iban  haciendo extraños a mi persona, que se  acababan. Cuando se los llevé a usted, iban  ya a dejar ver los calcetines. También habría  que decir algo acerca de los tacones: piso  defectuosamente, y los tacones mostraban  huellas demasiado claras de este antiguo  vicio que no he podido corregir. 

Quise, con espíritu ambicioso, prolongar  la vida de mis zapatos. Esta ambición no me  parece censurable: al contrario, es señal de  modestia y entraña una cierta humanidad.  En vez de tirar mis zapatos, estuve dispuesto a usarlos durante una segunda época,  menos brillante y lujosa que la primera.  Además, esta costumbre que tenemos las  personas modestas de renovar el calzado  es, si no me equivoco, el modo de vivir de  las personas como usted. 

Me puse a considerar cuidadosamente  el trabajo que usted había realizado debo  decir que del examen que practiqué a su  trabajo de reparación he sacado muy feas  conclusiones. Por ejemplo, la de que usted  no ama su oficio. Si usted, dejando aparte  todo resentimiento, viene a mi casa y se  pone a contemplar mis zapatos, ha de darme  toda la razón.  

Mire usted qué costuras: ni un ciego podía  haberlas hecho tan mal. La piel está cortada  con inexplicable descuido: los bordes de las  suelas son irregulares y ofrecen peligrosas  aristas. Con toda seguridad, usted carece  de hormas en su taller, pues mis zapatos  ofrecen un aspecto indefinible. Recuerde  usted, gastados y todo, conservaban ciertas  líneas estéticas. Y ahora… 

Pero introduzca usted su mano dentro de  ellos. Palpará usted una caverna siniestra. El  pie tendrá que transformarse en reptil para  entrar. ¿Es posible? Mis pies, señor zapatero,  tienen forma de pies, son como los suyos,  si es que acaso usted tiene extremidades  humanas. 

Pero basta ya. Le decía que usted no le  tiene amor a su oficio y es cierto. Es también  muy triste para usted y peligroso para sus  clientes, que por cierto no tienen dinero para  derrochar. Esta carta no intenta abonarse  la cantidad que yo le pagué por su obra de  destrucción. Nada de eso.  

Le escribo sencillamente para exhortarle  a amar su propio trabajo, para infundirle  respeto por ese oficio que la vida ha pues to en sus manos; por ese oficio que usted  aprendió con alegría en un día de juventud…  Perdón; usted es todavía joven. Cuando me nos, tiene tiempo para volver a comenzar, si  es que ya olvidó cómo se repara un par de  zapatos. 

Nos hacen faltan buenos artesanos que  vuelvan a ser los de antes, que no traba jen solamente para obtener dinero de los  clientes, sino para poner en práctica las  sagradas leyes del trabajo. Esas leyes que  han quedado irremisiblemente burladas en  mis zapatos. 

Sólo quiero decirle una cosa: si usted, en  vez de irritarse, siente que algo nace en su  corazón y llega como un reproche hasta sus  manos, venga a mi casa y recoja mis zapa 

tos, intente en ellos una segunda operación,  y todas las cosas quedarán en su sitio. Yo le prometo que si mis pies logran  entrar en los zapatos, le escribiré una hermosa carta de gratitud, presentándolo en  ella como hombre cumplido y modelo de  artesanos. 

Soy sinceramente su servidor. 


Actividad
Coloca (V) si la expresión es verdadera o (F) si es falsa.

( ) Al recibir los zapatos me di cuenta que estaban malogrados.
( ) Mi zapatos estaban deformes.
( ) Usted elogió mis zapatos.
( ) Yo conozco mucho de calzado.
( ) Los zapatos que le di eran admirables.
( ) Mis zapatos parecían parte de mi cuerpo.
( ) Los zapatos fueron reparados adecuadamente.

Recuerda la lectura y contesta.

1. ¿A quién escribe una carta Juan y por qué?
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2. ¿Cuándo se acabó el entusiasmo de Juan?
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3. ¿Qué imperfección encontró Juan en sus zapatos?
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4. ¿Qué costumbre tienen las personas modestas?
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5. ¿Qué le pide Juan al zapatero al final de la lectura?
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