Cuento: Navidad 🎄🎅 - Comprension lectora 5to grado

Navidad 

Era un día de Navidad. Todos salieron  para ir a la iglesia, con excepción de la  abuelita y yo. Creo que nos quedamos solas  en la casa. Nosotras no habíamos podido ir  con los demás: una, por demasiado niña;  la otra, por demasiado vieja. Y las dos nos  hallábamos entristecidas por no poder  escuchar las bellas canciones de Navidad,  ni ver las bonitas luces con que estaría  adornada la iglesia aquel día. 

Como nos hallábamos solas y en el  mayor silencio, la abuelita empezó una de  sus narraciones: 

Érase una vez, una noche fría en que el  viento arreciaba levantando la vestimenta  de los caminantes, cuando un hombre salió  en busca de fuego. Iba de casa en casa  llamando a las puertas. 

–Por favor... necesito ayuda... Mi mujer  acaba de recibir a un niño y no tengo fuego  para calentar a la madre y al pequeñuelo. 

Pero era tan tarde y la noche tan oscura,  que todos dormían y nadie respondía a sus  llamadas. El hombre caminaba, caminaba...  Por fin divisó a lo lejos el resplandor de una  fogata. Allá se dirigió apresurando el paso,  y vio que la hoguera brillaba en medio del  campo. En un vetusto cerco una multitud de  ovejas dormía en torno del fuego y un viejo  pastor guardaba el rebaño. 

Cuando el hombre que buscaba el fuego  llegó cerca de las ovejas. Observó tres  enormes perros. A su llegada se despertaron  y abrieron sus tremendas fauces, mas no se  oyó ladrido alguno. El hombre vio cómo se  les erizaba el pelo del lomo, cómo sus dientes  agudos y blanquísimos relucían al resplandor  de la hoguera, hasta que se abalanzaron  sobre él. Uno quiso morderle la garganta, otro  un pie y el último la mano... Pero las quijadas  y los colmillos quedaron paralizados y el  hombre no sufrió el menor daño. 

El hombre quiso seguir avanzando pero,  como las ovejas estaban tan apretadas, lomo  contra lomo, no podía dar un solo paso. No  tuvo más remedio que pasar encima de ellas  y ni un solo animal se despertó ni hizo el  menor movimiento. 

Cuando el hombre se hallaba casi junto  a la hoguera, el pastor se despertó. Era éste  un hombre hosco, duro e irascible. Cuando  veía a algún extraño, empuñaba su vara larga  y puntiaguda y la arrojaba con violencia.  Y esta vez también la vara silbó en el aire  con dirección al hombre; pero, antes que  hubiera podido tocarle, se desvió, y fue a  caer lejos. 

El hombre se acercó al pastor y le dijo: –Amigo, haz el favor de prestarme un  poco de fuego. Mi mujer acaba de tener a  un niño y necesito fuego para calentar un  poquito a los dos. 

El pastor quiso negárselo, pero cuando  advirtió que los perros no le causaron daño  alguno; que las ovejas no se asustaron y que  la vara no había podido herirlo, sintió cierto  temor y no se atrevió a negar al forastero lo  que pedía. 

–Toma todo lo que necesitas –contestó. El fuego estaba casi consumido. No  quedaba sino el rescoldo. El forastero,  además, no llevaba pala ni cubo para recoger  las ardientes ascuas. Cuando el pastor se dio  cuenta de ello, volvió a repetirle: 

–Lleva todo el que necesites. 

Y se regocijaba al pensar que no podría  llevarse nada.  

Pero el hombre se inclinó sobre la  hoguera y con las manos sacó los carbones  encendidos de entre las cenizas y los fue  colocando en su capa. Y las ascuas no le  quemaron las manos ni la capa. El hombre  se las llevó con la misma facilidad que si  hubieran sido nueces o manzanas. 

Cuando el pastor, que era muy malo  y despiadado, vio aquello empezó a  asombrarse. "¿Qué noche será ésta en que  los perros no muerden, las ovejas no se  asustan, las lanzas no matan y el fuego no  quema?", decíase a sí mismo. Y llamando al  forastero, le preguntó: 

–¿Qué noche es ésta? ¿A qué se debe  que nada puede causar daño? 

–No puedo decírtelo si tú mismo no lo ves  –dijo el hombre y se dispuso a emprender su  camino. 

El pastor quiso averiguar lo que sucedía.  Y se levantó y lo siguió hasta el lugar donde  el hombre se detuvo. 

El forastero no tenía ni choza ni cabaña  como habitación. La mujer y el niño se  hallaban en una cueva de la montaña cuyas  paredes eran la dura y fría piedra. Al ver  que el pobre niño podría helarse, se sintió  conmovido y, no obstante su corazón duro,  decidió hacer algo por él. De la bolsa que  llevaba sacó una piel blanca de cordero y la  entregó al forastero, diciéndole que acostase  al niño sobre ella. 

Y en el mismo instante que fue capaz de  sentir piedad, se abrieron sus ojos, y vio lo  que antes no había podido ver, y oyó lo que  no le había sido dado oír. 

Vio cómo se formaba un gran coro de  pequeños ángeles que tañían una lira. Todos  cantaban armoniosamente que aquella  noche había nacido el Redentor que salvaría  al mundo. 

Y entonces comprendió por qué esa  noche las cosas no querían causar el menor  daño. Todo aquello lo veía y sentía en medio  de las tinieblas y el silencio de la noche. Su  corazón se llenó de tal alegría al comprender  que sus ojos se habían abierto, por fin, a  la verdad. Cayó de rodillas y dio gracias a  Dios. 

actividad
Recuerda la lectura y contesta.

1. ¿Cómo era el clima cuando el hombre salió en busca de fuego?
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2. ¿Por qué la gente no respondía al pedido que hacía el hombre?
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3. Señala dos hechos fantásticos que le ocurren al hombre
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4. ¿Qué le causó asombro al pastor?
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5. ¿Cómo conoció la verdad el pastor?
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Ordena secuencialmente los hechos escribiendo del 1 al 7.

( ) El pastor decide seguir al forastero.
( ) Un hombre busca fuego para calentar a su niño y a la mamá.
( ) El hombre recoge el fuego en su capa.
( ) El pastor conoce la verdad y agradece a Dios.
( ) El pastor le ofrece el fuego al hombre pero no le da facilidad.
( ) La abuelita cuenta una historia a la niña.

Piensa y contesta.

1. ¿Por qué crees que la lectura tiene como título Navidad?
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2. ¿A quién representaba el hombre que pedía fuego?
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3. ¿Por qué los perros ni el fuego hicieron daño al hombre?
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4. ¿Quién crees que hizo cambiar los sentimientos del pastor?
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