Un juicio original
Quizá te preguntes si el que comete realmente un delito tiene derecho a ser juzgado antes de ser castigado. Cuando las Naciones Unidas redactaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos, establecieron bien claro que “toda persona tiene derecho a ser oída públicamente y con justicia”, cuando se considera cualquier acusación en su contra; asimismo, toda persona tiene derecho a ser considerada inocente hasta que no se pruebe su culpabilidad.
Muchas veces un acusado resulta inocente, como sucedió en una historia que escuchamos hace tiempo. En realidad, creemos que alguien la inventó, porque es muy curiosa, pero sirve para darte un ejem plo de lo que te acabamos de decir.
En cierta oportunidad, un muchacho campesino decidió viajar hasta otro pueblo, porque en el suyo no se conseguía trabajo fácilmente. El día que debía viajar, entró a un pequeño restaurante ubicado en la misma estación del ferrocarril y pidió dos huevos pasados por agua.
No había terminado de comerlos cuando oyó el silbato del tren que se aprestaba a partir; salió tan apurado que ni siquiera se acordó de pagar su comida. Cuando desde la ventanilla veía ya a su pueblo como un punto lejano, se dio cuenta del olvido.
Transcurrió el tiempo, ahorró cierto dinero gracias a su trabajo y decidió regresar. Ni bien bajó del tren entró al modesto restaurante para pagar lo que debía, pero el dueño resultó ser un pícaro que le pidió una enorme cantidad de dinero, diciéndole que, si durante el tiempo transcurrido hubiera puesto a incubar esos dos huevos habrían nacido dos pollos que, de ser gallinas, habrían puesto otros huevos, que, a su vez, habría dado origen a más gallinas, y así sucesivamente. En definitiva, quería co brarle al muchacho el valor de una enorme cantidad de gallinas, a lo cual él se negó. –¡Le haré juicio! –amenazó el comerciante. El muchacho, preocupado, le contó lo sucedido al abogado del pueblo, que lo conocía desde niño.
–No te preocupes –le dijo el abogado–, demostraremos que el reclamo de ese señor es injusto, si aceptas que yo sea tu defensor. Durante el juicio, el fiscal tratará de demostrar tu culpabilidad y yo tu inocencia; cuando el juez nos haya escuchado sacará sus conclusiones y decidirá si eres culpable o inocente.
Llegó el día del juicio. Ya estaban el campesino, el fiscal y el juez, pero el abogado defensor no llegaba. A medida que pasaban los minutos, todo el mundo se iba impacientando.
Al fin, el muchacho vio con alivio que su defensor entraba en la sala.
–Perdonen la tardanza –dijo éste–, pero me demoré tostando unas semillas que quiero sembrar mañana.
El juez lo miró extrañado y preguntó: –¿Usted piensa que las semillas tostadas pueden germinar?
–¿Y usted cree, señor juez, que de los huevos pasados por agua pueden nacer pollos?
El juez no le contestó; simplemente, se dirigió a los presentes y les dijo:
–Doy por terminado este juicio; el mu chacho sólo debe pagar los dos huevos que comió. Eso sí, al precio que tienen ahora. Era lo justo.
Adaptación