Cuento / Relato / Historia de: Una semana asombrosa

 Una semana asombrosa

«¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!» Mateo 21:9 

 Imagina que te subes a una máquina de tiempo. Viajas a   velocidad increíble. Miras por la ventanilla pero todo está   borroso porque el tiempo pasa rapidísimo. De repente la  máquina da una fuerte frenada y te encuentras en medio de un gran alboroto. ¿Qué pasa?  
Has viajado de regreso en el tiempo más de dos mil años.  Estás afuera de Jerusalén, en medio de una gran multitud. Hay  mantos y ramas de palma tendidos en el camino. La gente está  de lo más feliz. Oyes gritos de alegría y cantos de alabanza. Entonces lo ves. Está en medio de la multitud. Va montado en un burrito. De inmediato lo reconoces. Nadie tiene que decírtelo. En lo profundo de tu corazón sabes quién va montado en el burrito. ¡Es Jesús!  
De un salto te bajas de la máquina. Lleno de emoción recoges unas ramas de palma del camino y empiezas a agitarlas. Te unes a los niños que van saltando y gritando: 
–¡Hosanna al Hijo de David! 
–¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! 
–¡Hosanna en las alturas! 
Toda la ciudad está conmovida. «¿Quién es éste?» se preguntan, asombrados de ver a Jesús montado en un burrito. 
–Es el profeta Jesús de Nazaret de Galilea. 
Eres parte de la alegría en Jerusalén. ¡Qué emoción! 

LA IRA DE JESÚS 

Jesús va directamente al templo. Allí hay mesas de cambistas  de dinero, hay venta de palomas para los sacrificios. Jesús, que  recién estaba alegre y sonriente, ahora está enojado. 
¡Huy! Te da miedo mirarlo. Nunca has visto a alguien tan enojado. Jesús empieza a volcar las mesas de los cambistas. Las  monedas vuelan y caen sonando por todo lado. También vuelca  los puestos de los que venden palomas. ¡Y vuelan las palomas! 
–¡Esta es la casa de mi Padre! –dice Jesús, indignado, con  voz como de trueno–. Está escrito que debe ser casa de oración. ¡Ustedes la han convertido en cueva de ladrones! 
¿Por qué había cambistas de dinero en templo? Era la Pascua y venían judíos de diferentes lugares, con distintas mone das. Necesitaban cambiarlas para las monedas que se usaban  en el templo. ¿Por qué vendían palomas? Ofrecían palomas en  los sacrificios. Los viajeros no habían traído palomas. ¡Pero no  debían convertir el templo en un mercado! 
Venían ciegos y cojos para ser sanados. ¡Jesús los sanó a to dos! Los niños seguían gritando: «¡Hosanna al Hijo de David!» 

LA PERFECTA ALABANZA 

Pero no todos estaban felices. Los jefes de los sacerdotes y  los maestros de la ley se indignaron. 
–¿Oyes lo que éstos están diciendo? –preguntaron a Jesús. 
–Claro que sí –respondió Jesús–. ¿No han leído que en los  labios de los pequeños Dios ha puesto la perfecta alabanza?  Además, si la gente no me alababa, lo harán las piedras. 
Tu visita a Jerusalén es en la semana más dramática y asombrosa de la historia humana. Un día la gente tiende mantos y ramas de palma en el camino para que pase el rey Jesús,  y le cantan alabanzas y hosannas.  
Unos días más tarde, la misma gente grita ante el gobernador Pilato: 
–¡Crucifícale! ¡Crucifícale! 
Los jefes religiosos han condenado de muerte a Jesús; pero ellos tienen que recibir la aprobación del gobernador romano. Pilato no encuentra culpa en Jesús. Cada año, durante la Pascua, él acostumbra soltar a un preso, uno que la gente escoja. Pilato les pregunta si quieren  que les suelte al criminal Barrabás o a Jesús. La multitud pide  que suelte a Barrabás y que crucifique a Jesús. 

JESÚS MURIÓ POR TI 

¿Era Jesús un criminal? ¡No! Pero fue crucificado entre dos  criminales. Jesús nunca había hecho nada malo. Él es el único  hombre que nunca ha pecado. Su muerte en la cruz fue el sacrificio que Dios aceptó para perdonar los pecados de cualquiera que reciba a Jesús como su Salvador.  
Esa semana sucedieron cosas que nadie podía imaginar.  Cuando crucificaron a Jesús, desde el mediodía hasta la  media tarde hubo oscuridad, como si fuera de noche. Hubo un  terremoto tan fuerte que se partieron las rocas. ¿Qué más? Se  abrieron los sepulcros y siervos de Dios de la antigüedad resucitaron. Entraron en la ciudad y se aparecieron a muchos. 
Otra cosa asombrosa. En el templo había un lugar llamado  santísimo. Allí entraba el sumo sacerdote una vez por año para  ofrecer sacrificio por los pecados del pueblo. Cuando Jesús  murió, la gran cortina de ese lugar se partió, ¡de arriba para  abajo! Ya no había necesidad de la cortina. Jesús, el Cordero  de Dios, había ofrecido el sacrificio perfecto. Ahora solo tenemos que invocar su nombre para ser salvos. 
No hay máquina de tiempo que te pueda llevar hacia atrás  en la historia; pero hay un libro maravilloso en que puedes leer  todos estos acontecimientos; es la Santa Biblia. 
Lee en estos pasajes los relatos de esta semana asombrosa: Mateo 21:1-17; y los capítulos 26 y 27; Juan 18 y 19

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