La barca de oro
Un mendigo, que iba tocando un violín, cae desmayado en una joyería de México. El joyero lo atiende y lo deja reposar en un asiento. El violín queda sobre el mostrador.
Entra un caballero a hacer un encargo, y se da cuenta de que aquel violín vale una fortuna, pues procede de los Stradivarius, grandes constructores de violines y violas del siglo XVII.
Aquel violín valdrá por lo menos 200,000 dólares, y el pobre mendigo lo ignora. El caballero dice al joyero Manuel que él le pagará 20,000 dólares por el violín si consigue comprárselo al mendigo. El joyero ve que se trata de un gran negocio y decide engañar al pordiosero.
MANUEL: Pues mire usted… No suena mal este violín. No sé si son las manos o la calidad del instrumento. Antes, oyéndole to car a usted “La barca de oro”, se me saltaron las lágrimas.
MENDIGO: Es usted un joyero sentimental; cosa rara, porque los joyeros tienen duro el corazón como un diamante.
MANUEL: El mío no es tan duro… y quisiera ayudarle. Una limosna de centavos no le sacaría a usted de pobre. Pero… le compro a usted el violín.
MENDIGO: Tampoco la venta de este instrumento degollaría mi pobreza. Ya una vez me ofrecieron por él setenta pesos. Era una buena oferta, teniendo en cuenta que costó doce pesos.
Pero no era un buen negocio. Yo no soy un gran músico, pero con tres cancioncillas que he aprendido, sostengo una nieta inválida y a mi pobre mujer que está llena de achaques. Hay días en que gano hasta veinte pesos. Los sábados suelo llegar a treinta. Este violín es una finca a la que yo saco buen rendimiento.
MANUEL: Pero si yo le doy setecientos pesos, por ejemplo, usted se compra otro violín, que no le costará arriba de setenta.
MENDIGO: Pero si yo no sé tocar más que este violín. Ya he hecho la prueba. En él aprendí, y en él he ido dejando mis tristezas. Llora como mi nieta y mi mujer. No lo vendería por todo el oro del mundo. Sería como si vendiese a mi hijo… Usted no entiende de estas cosas.
MANUEL: Sí entiendo. Yo soy más artista que joyero. Soy también músico… Adoro los clásicos. Y este violín tiene un no sé qué… Ahora mientras usted reposaba, mirándolo me he sentido cautivado y embrujado por esa dos eses que hay bajo las cuerdas, y que me parecen dos interrogaciones cargadas de misterio.
MENDIGO: Algo debe tener, sin duda, cuando usted lo codicia. No parece usted un buen comerciante.
MANUEL: ¿Cómo?
MENDIGO: Buen comprador, quiero decir, el comprador nunca alaba la mercancía que desea.
MANUEL: Esto no es negocio… Es un traspaso espiritual. Yo sé que no se vende a un niño, pero en mis manos no será un esclavo, sino una joya más. Véndamelo… con las lágrimas se lo imploro. (En esta discusión, el joyero llega a ofrecerle diez mil pesos, cantidad insignificante comparada con los veinte mil dólares que le dará el caballero por él).
MENDIGO: Diez mil ya es una cifra… con diez mil… podría realizar ciertos proyectos… con diez mil… podría yo…
MANUEL: No cavile más. Diez mil… y trato hecho.
(Va a la caja, la abre, saca el dinero y vuel ve al mostrador) Aquí tiene: diez billetes de a mil.
(El mendigo los toma y se los guarda). MANUEL: El violín es mío. Venga acá. MENDIGO: Déjeme usted despedirme de
él. (Toma el violín, toca la primera parte de La barca de oro y canta estos versos) Yo ya me voy,
sólo vengo a despedirme…
Adiós, mi bien,
adiós para siempre adiós.
(Se enternece, llora y besa el violín). MANUEL: Bueno, bueno. Ya está bien. El violín es mío. Vaya usted con Dios. (El mendigo abre la puerta y sale. Cuando se cree a salvo de la vista del joyero, se quita los lentes negros y sonríe. Avanza hacía la calle, y a los pocos pasos se encuentra con el caballero elegante. Lo toma del brazo y siguen cantando).
CABALLERO: ¿Cuánto?
MENDIGO: Diez mil.
(El caballero extiende la mano, recibe su parte se la guarda y se alejan silbando la música correspondiente a los versos de “La barca de oro” que había cantado el ciego al despedirse de su violín. El joyero sale a la puerta con el violín en la mano, y viendo al caballero con el mendigo, comienza a sospechar que ha sido objeto de un timo). MANUEL: ¡Gendarme…, Gendarme…, me han robado…, Gendarme!
JUGLARON: (Saliendo de la sombra). Manuel. Manuel, Manuel,
cállate, Manuel.
No llames al gendarme
ni acudas ante el juez…
Porque en esta aventura de rateros, tú eres el más ratero de los tres.