Elmer y el mal genio
Los necios dan rienda suelta a su enojo, pero los sabios calladamente lo controlan. Proverbios 29:11 ntv
Elmer tenía muy mal genio. Por cualquier cosa que decía, explotaba. Un día su papá decidió en señarle una lección. Tomó su Biblia, una bolsa con clavos y un martillo, y llevó a Elmer a la cerca que había
en el patio de la casa.
–Hijo, tienes muy mal genio –le dijo–. Esto te va a causar muchos problemas en la vida si no aprendes
a controlarte.
–No quiero enojarme, papá –dijo Elmer–. Pero es difícil dejar de hacerlo.
–Voy a leerte algo que dijo el sabio rey Salomón –dijo el papá y abrió su Biblia–. Los necios dan rienda suelta a su enojo, pero los sabios calladamente lo controlan.
Cerró la Biblia y sacó el martillo y los clavos.
LOS CLAVOS Y EL MARTILLO
–Quiero que aprendas una lección. Aquí tienes clavos y un martillo. Cada vez que pierdas los estribos, clavarás en la cerca; un clavo por cada vez que te enojes y le grites a alguien.
Eso no le pareció gran cosa a Elmer. Sería divertido clavar. –Cada vez que claves –siguió diciendo el papá–, quiero que pidas a Dios que te perdone por enojarte y que te ayude a controlar tu mal genio.
Eso iba a ser más difícil. Clavar sería fácil… pero pedir perdón, ¡eso era otra cosa!
El primer día Elmer clavó quince clavos en la cerca. Sus hermanos, que lo vieron ir a la cerca a cada rato, le preguntaron lo que estaba haciendo. Cada vez que le preguntaban algo, Elmer estallaba en rabia. Por cada explosión de mal genio, ¡más tenía que clavar!
–¿Cuántos clavos has puesto en la cerca? –le preguntó su hermana Anita, entre risas.
Eso causó otra explosión, y otro clavo fue a dar en la cerca.
MEJOR CONTROLAR QUE CLAVAR
Poco a poco Elmer se dio cuenta de que era más fácil controlar el mal genio que ir a clavar, así que cada día era menos lo que clavaba. Pronto, casi no iba a la cerca.
–¿Cómo te va, hijo? –le preguntó un día su papá–. ¿Sigues clavando?
–Papá, estos últimos días casi no he clavado nada –dijo Elmer, con bastante orgullo.
–Ahora, hijo, quiero que saques los clavos. Cada vez que te controles y no estalles en ira cuando te
enojes, saca un clavo. ¿Recuerdas lo que dijo el rey Salomón?
–Sí, papá. Los sabios calladamente controlan la ira.
YA NO HABÍA CLAVOS
Pasó el tiempo. Una tarde, cuando el papá volvió del trabajo, Elmer lo tomó del brazo y le dijo que quería mostrarle algo. Fueron a la cerca, ¡y allí no había ni un solo clavo!
–Has hecho muy bien, hijo –le dijo el papá–. Pero quedaron agujeros. La cerca nunca será la misma.
Elmer bajó la vista, avergonzado.
Luego empezó a contar los agujeros. ¡Había casi cincuenta!
CICATRICES EN EL CORAZÓN
–Estos agujeros son como las cicatrices que dejas en el corazón de las personas cuando te enojas y les gritas. Cuando dices cosas feas es como si les metieras un cuchillo.
Elmer siguió mirando los agujeros y empezó a comprender qué feas cicatrices había dejado en sus hermanos y sus amigos. ¡Cuántas veces les había gritado!
–Puedes pedir perdón a tus amigos pero no puedes borrar las cosas feas que has dicho. Tu mal genio ha dejado muchas cicatrices. La amistad es como una planta hermosa que hay que cultivar con sumo cuidado. Las palabras feas y cortantes pueden destruir una amistad.
Esa tarde, a la hora de la cena, Elmer pidió perdón a sus hermanos por todo lo feo que había dicho cuando estaba de mal humor. Elmer no había gritado a su mamá ni a su papá; pero muchas veces murmuraba entre dientes cuando le mandaban a hacer alguna cosa. Eso también dejaba cicatrices. Así que Elmer también pidió perdón a sus padres.
VENCIENDO EL MAL GENIO
En la noche, antes de acostarse, Elmer dobló sus rodillas junto a la cama.
–¿Qué haces arrodillado, santito? –le preguntó Anita. Elmer quiso estallar pero recordó acerca de las cicatrices que dejan las palabras hirientes, y más que nada recordó por qué se había arrodillado. Quería pedir perdón a Dios y también pedir que le ayude a cuidar sus palabras para no herir. Esa noche durmió más feliz que nunca. ¡Con la ayuda de Dios y los consejos de su padre estaba venciendo el mal genio!